10 junio 2010

LA CLASE TRABAJADORA, LOS SINDICATOS Y LA IZQUIERDA

Tras el fracaso de la huelga de empleados públicos del día 9 – 11 % de incidencia en la administración central y entre el 6 y el 20 % en las diferentes comunidades autónomas - los medios de comunicación no han dudado en lanzarse a la yugular de los principales sindicatos convocantes: CCOO y UGT. Prácticamente los tachan de anacrónicos, chupopteros y rémoras del pasado. Un poco más y vendrán a ser los culpables de la crisis económica.

No voy a hablar de la clase trabajadora de los medios de comunicación, que salvo algunos comunicadores y comentaristas todo terreno, el resto - que son la mayoría – no dejan de ser eternos becarios mal pagados prestos a apuñalar a otros becarios con tal de ver los titulares de su exclusiva. Los primeros son los que hablan sin parar y los segundos los que hacen el trabajo sucio. Es de por si un profesión que desprecia al resto de los colectivos, saben de todo y con la misma facilidad que un día afirman una cosa, al siguiente dicen lo contrario sin inmutarse. Son los más esclavizados, pero el carné , como el uniforme, los hace superiores a los demás. Mamadas aparte.

La clase trabajadora
De entrada, la masa de trabajadores no existe como clase social por mucho que desde la izquierda se hable en su nombre, mucho menos como "clase trabajadora" concienciada de pertenecer a ella en el sentido de los clásicos autores marxistas, anarquistas o sucedáneos. También el fascismo – los falangistas en España – han hablado en su nombre y la derecha tampoco renuncia, aunque los englobe en familias y los llame productores, consumidores o ciudadanos.

Son muy pocos los que, como trabajadores, están concienciados de la necesidad de sindicarse o de afiliarse a un partido de izquierdas. Los que lo hacen suelen leer al menos el periódico y no precisamente las páginas de deportes o de loterías. El resto se afilia, en el caso de los sindicatos, porque los demás así lo hacen en las empresas grandes o en las administraciones públicas.

Luego viene la gran masa de los que se afilian - la mayoría - cuando tienen algún problema laboral y necesitan un abogado cuando ya lo tienen todo perdido. Son los más listos, son los primeros que ponen a parir a los sindicatos porque un día no sacaron la indemnización que soñaron y les dolió las seis miserables cuotas – que más a gusto se hubiesen invertido en cervezas –  y que eran precisas para acceder al abogado. De ahí no los saques.

Los sindicatos
Han sido la gran desgracia nacional. Formados en las catacumbas del franquismo, no lograron quitarse de encima el paternalismo de los sindicatos verticales a los que acudían los trabajadores en busca del abogado, igual que ahora, para solucionar problemas laborales.

Los sindicalistas más concienciados, los que sufrieron en sus carnes la represión, pasaron a ser dirigentes y de ahí a la política. Nunca pudieron imponer el pensamiento clásico de las “cajas de resistencia y de ayuda mutua” para resistir económicamente un largo período de huelgas y resolver conflictos colectivos a su favor. Tampoco concienciar a sus afiliados de que estar sindicado es utilizar los propios recursos de las secciones sindicales, en cada empresa, para defender sus  intereses, eso de que “la unión hace la fuerza”.

En su lugar, el uso y abuso del abogado ha sido una constante en la mal llamada clase trabajadora. En realidad los trabajadores creen que los sindicatos son como los médicos a los que hay que acudir cuando uno esta mal y , por desgracia, acuden siempre cuando están en fase terminal, cuando ya no hay nada que hacer, salvo aceptar la indemnización pertinente.

Otro gran fallo del sindicalismo español ha sido universalizar los beneficios de los acuerdos en los convenios colectivos. De tal forma que tanto el no afiliado, que no mueve el culo a la espera de que le caigan las peras, como el afiliado que se arriesga al “mobbing”, a la sanción y al despido, reciben los mismos beneficios económicos. De esta forma es más cómodo no afiliarse.

Se comprende así el bajo nivel de afiliación y de ingresos. Ni siquiera compensan  los ingresos que perciben de las administraciones públicas en función de los delegados obtenidos en las periódicas elecciones sindicales. Delegados que en la mayoría de los casos son impuestos de común acuerdo entre empresas y sindicatos porque los trabajadores no quieren saber nada, salvo si peligran sus puestos de trabajo y a sabiendas de que “el delegado” es el último en salir despedido. No les queda otro recurso – a los sindicatos y también a las organizaciones empresariales - que acudir a la subvención pública vía “cursos de formación profesional” para, al mismo tiempo que ofrecer un servicio muy importante a los trabajadores y a sus afiliados, poder mantener un mínimo staff de profesionales que atiendan las consultas y cubran los cargos orgánicos.

La izquierda
Ser trabajador no es sinónimo de ser socialista o de izquierda (o anarquista, o comunista o lo que sea) . De hecho es la clase más “desclasada” que existe: hoy son de izquierdas hasta que consiguen el piso, el coche o ponen tienda; mañana son de derechas porque tienen algo más que su vecino. Así es y sin embargo toda la izquierda pretende actuar en su nombre o en su beneficio.

Ser de izquierdas, pues, poco tiene que ver en realidad con una clase de veletas que giran hacia donde sopla el viento. Ser de izquierdas es más bien un concepto intelectual, proviene de las aulas más que de los centros de trabajo. Sencillamente la O de obrero debería de desaparecer de algunas siglas. Ya no existen obreros, aunque hayan sido estos los que hayan sufrido en el pasado para que la nueva clase trabajadora de hoy se permita unos lujos que a nadie debe. Fútbol y cerveza, algunos vinos y toros, es su religión. Aparte de sus deseos de “cambiar”, lo cual es legítimo.

El socialismo sigue siendo un valor importante. Sin las ideas de sus inspiradores y las de otros que pretendían cambios con diferentes ismos , no hubiésemos conseguido los avances sociales de los que disfrutamos hoy en día. El Estado de Bienestar europeo es un símbolo, fruto de las luchas entre dos visiones diferentes de entender el mundo, el poder y los bienes materiales.

El capital, la derecha, siempre se adapta y es capaz de absorber conceptos y propuestas de sus antagonistas, pero protegiendo sus privilegios a toda costa. La izquierda, los más concienciados intelectualmente, deberían aprender a tomar conceptos, tácticas y propuestas de la derecha; abandonando ese supuesto paternalismo hacia una clase social que no existe y que hoy es más interclasista que nunca: la clase obrera.

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