O debo estar loco o cada día que pasa me encuentro con más racistas a mi alrededor. Lo que más me duele es que algunos de ellos son conocidos y trabajadores, que se declaraban de izquierdas hasta hace muy poco. Lo cierto es que cada día me encuentro con dos o tres personas que a la primera de cambio te sueltan eso de “estamos en España y primero somos los españoles, hay que echar a todos los extranjeros fuera”.
A veces matizan cuando les reprochas ese racismo repentino y te devuelven la pelota con que “la culpa la tiene Zapatero por traer a los ilegales”. Saben, por supuesto, que comulgo con Zapatero y no se cortan un pelo en advertirme que no les dé explicaciones, porque no me van a escuchar. Si insisto me insultan llamándome “¡Payaso!”. Me llama la atención esa palabra porque está de moda en ciertos ambientes conservadores y por lo que he podido comprobar no es privativo hacia mi persona, sino que se está generalizando hacia gentes que piensan como yo. Lo que siento cada día es de locura colectiva, desde luego.
Al principio eso de que “los moros (o los ecuatorianos) nos quitan el trabajo, o nos quitan las pagas” lo escuchaba de gentes cuya temporalidad en trabajos y oficios competían con su capacidad de ingerir cervezas. Ahora no es así y la opinión de rechazo a lo diferente es generalizada, desde mi vecina de rezo y misa diaria hasta mi discutidor e histórico sindicalista prosoviético con el que me encuentro en el supermercado.
El barrio donde vivo es obrero y con fuerte inmigración originaria de Andalucía y Castilla-La Mancha. Los de primera generación sufrieron la discriminación salarial con respecto a los valencianos de origen por el mismo trabajo. El ghetto de “els forasters” o “els chitanos” aún perdura en las mentes de los más mayores. Sin embargo llama la atención que sean los hijos de estos inmigrantes los que más empeño pongan en afirmar que “ezto ez Ezpaña” y se apunten al bate de béisbol tanto como a la pintada de la svástica y a las peleas con los ecuatorianos. La policía ignora a estos nuevos cabezas cuadradas, no así a los hispanos y a los magrebíes a los que molestan por cualquier chorrada. Por cierto, los valencianos que los tachaban de “forasters” de forma despectiva, se ríen a carcajadas al pasar de “llauros” a nuevos ricos, tras una oportuna recalificación de terrenos gracias a los votos de los que tanto despreciaban.
Era cosa de “jóvenes”, pero ahora el pintor, la panadera, el gasolinero, el labrador y sobre todo el desempleado que además cobra del paro, por poner algunos ejemplos, no se distinguen en nada al utilizar el mismo lenguaje xenófobo que empleaban estos niñatos de la nueva España y también forasteros de estas tierras.
Recuerdo que a últimos de los noventa los “cullidors”, que alternaban otros trabajos con la temporada de recogida de naranja, se iban integrando como peones a la construcción y no querían trabajar en el campo a los precios que se pagaban. Las cooperativas y almacenes de cítricos optaron por captar en Marruecos ,Argelia e incluso en Senegal, los trabajadores que precisaban. Recuerdo a centenares de magrebíes y subsaharianos en los alrededores de los almacenes esperando que los cabos de cuadrilla les asignaran los trabajos del día, cómo eran transportados apelotonados en los remolques de los tractores y las peleas que se producían entre ellos porque no se les pagaba lo acordado por parte de los que tenían la vara. Recuerdo también que dormían hacinados en casas de campo o a la intemperie y que cuando no trabajaban, vagaban en grupos por los pueblos en busca de alguna diversión. No tardaron en venir los problemas.
Con el tiempo estos temporeros fueron siendo sustituidos por ecuatorianos, rumanos, búlgaros o polacos. A medida que la construcción crecía, esta mano de obra era absorbida y eran “contratados” por los nuevos empresarios de la construcción que hasta entonces eran simples oficiales y elevaban su condición a base de contratas y subcontratas. Zapatero tuvo la desfachatez de querer que esta mano de obra barata y semiesclava cotizase , por fin, a la Seguridad Social. Ahí empezaron los primeros brotes de racismo fomentados por estos “nuevos patronos” que descubrieron que los extranjeros “no sabían trabajar” pero pedían a los nacionales trabajar a salario de “moro”.
Con la crisis, son los nacionales los que cobrando del paro se ofrecen de forma “sumergida” a precio de “moro”, en la jerga propia de los patriotas, criticando además que los extranjeros cobren del paro como si fuesen unos ladrones y sin tener en cuenta que son los primeros en quedarse sin trabajo, que tienen que pagar hipotecas o que no pueden regresar a sus países porque no tienen recursos suficientes para ello, que lo harían con mucho gusto dada la nueva calidad de la fauna hispana.
No quiero escribir más por hoy porque se me revuelven las tripas de tanto miserable, hipócrita e hijo de puta que me avergüenzan como español. O a lo mejor es que somos así y sólo nos hemos dado cuenta cuando han dejado de untarnos desde Europa como “pedigüeños” que , al parecer, hemos sido a lo largo de toda nuestras historia. Como es lógico, no admitimos competencia alguna.
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