23 noviembre 2006

Metamorfósis inconfesable

CONFESIONES INCONFESABLES

Tiene gracia la cosa. Unos van por la vida defendiendo posturas de izquierda, digamoslo así, y resulta que en la vida práctica, en la real, lo que desean es la tradición, es decir, el orden, la justicia y la libertad personal. Esta última siempre menoscabada por el beneficio de la comunidad, que en realidad es de unos pocos que se erigen en representantes, legítimos o no, del bien común. Por supuesto, pretenden defendernos de nosotros mismos.

Los hay que, hartos de vino, ponen a prueba su voluntad y lo consiguen, luego nos ponen a prueba a los demás. Lo hay que , fumadores empedernidos, deciden labrarse un futuro limpio y oxigenado, mientras atraviesan el desierto nos moralizan y nos condenan. También están los que se acuerdan que los bichitos ,que jugueteaban en sus cueros cabelludos de chiquitines, fueron el origen de sus relucientes calvas y para compensar, la barba bien recortada es la solución ideal. Por supuesto, los que aún tienen pelo, no tienen derecho a opinar ni decidir porque no se han currado la pobreza a base de hincar los codos a la luz de una vela. En todo caso, en privado, estos reformadores sociales procuran matar la culpabilidad a base de ensangrentarse las narices con "polvos de talco", la técnica es sencilla, abren las fosas nasales a tope y las introducen en la polvera que contiene los restos del abuelo incinerado. Claro que esto es después de destrozar los billetes de 10 euros con tanta inspiración divina.

Nuestros políticos de esto saben mucho. Se trabajan la carrera a base de chuletas y mamoneos. Ingresan en las juventudes y colaboran en sindicatos o gremios empresariales, según color, y con el tiempo y un buen polvo se ganan el puesto de asesor o de profesor, por encima de los que no tienen abuela. Cultivando la sagrada amistad se dejan caer, meses previos a alguna elección, por la sede "institucional" mas necesitada y ,mira por donde, resulta que tenían un cupón premiado. Luego viene lo de "haz lo que yo diga pero no lo que yo haga". Son reformadores que acabaran reformados cuando acaben las reformas. O lo mismo ,con toda la carga más arriba resumida , cuando acaban el mandato popular, vuelven a beber como cosacos, a fumar compulsívamente y a contar batallitas de lo que pudo haber sido y no fue.

Lo mas cruel es que sus vecinos, que vienen de no se donde y que con sangre sudor y lágrimas consiguen un puestecito, le puteen con normas sacadas de bajo de la manga, para imponerle una derrama democrática urdida en la primera planta y ninguneada en la quinta. Son de izquierdas hasta que se reforman el pisito, gracias a la reforma del patio.

Por otra parte, y no menos cruel, sus propios amigos, intelectuales, artistas y obreros ellos, le pueden elevar a los altares de algún que otro ayuntamiento para criticar su gestión porque son "progres" y antisistema. Cuando vuelven de las vacaciones, se encuentran que unos son empresarios con contrata municipal y otros funcionarios de "alto copete". Lógicamente ya no le conocen y como mucho le discursean sobre lo dura que es su vida y "cómo has podido caer tan bajo". Tan bajo de ellos. El teléfono móvil y la mesa de escritorio elevan su categoría sobre la visitas peligrosas e inoportunas, que suelen ser todas.

Mientras tanto uno se lo curra machacándose el cuerpo y el cráneo durante horas y horas, miles de horas mal pagadas y sin poder distinguir la noche del día, hasta que un día un "accidente" le deja en la cuneta fuera de juego. Los servicios sociales funcionan de maravilla pero no para él.

Por último el que le saluda y le da tabaco es el "facha" ese asqueroso con el que se pegó un día por no se que banderas y formas de comunicar habladurías. El que le da trabajo es ese que odiaba tanto por tener no se cuantas empresas y que cuando reía pensaba que lo hacía de él mismo. Y todo gracias a la "beata" que le daba magnesia de pequeñito en la parroquia y que le presenta a su ahijado, a pesar de ser ateo por razonamiento y convicción.

Y tu, fervoroso izquierdoso, no puedes pasear tu perro por la playa, ni por el parque, ni por tu casa. Aunque pagues su comida, su limpieza, sus heridas, sus enfermedades, sus documentaciones... su cariño. Ni puedes fumar, ni puedes beber, ni puedes comer, ni puedes trabajar, ni puedes reír, ni puedes hablar, ni puedes pensar, ni puedes soñar, salvo que la colectividad se olvide de ti para siempre.

Ríase usted de Bertolt Brecht , que todo llegará.

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