Llevo más de treinta años, como el resto de los españoles, con ETA en el desayuno, en el almuerzo, en la merienda, en la cena y en el resopón. Al menos una generación y parte de otra creen que ETA ha estado toda la vida. De hecho tenemos esas siglas tan asumidas como nuestras necesidades fisiológicas. El dolor que causan, aunque sea políticamente incorrecto decirlo, nos tiene insensibilizados. A cada acto terrorista, a cada asesinato, le corresponde inmediatamente el ritual de la condena, de la manifestación pública de rechazo en las puertas de un Ayuntamiento al día siguiente y , sobre todo, la clásica riada de letra impresa y verborrea mediática.
Cualquier lector medianamente informado sabe que la propaganda, más que las bombas o el tiro traicionero, es el fin inmediato de cualquier acción terrorista. Sin esa propaganda, el medio es el mensaje (la bomba en este caso), sus acciones no encuentran eco en la población. Podrían actuar algún tiempo más, pero dejarían de tener el peso que tienen como modelo de héroes entre sus seguidores y su influencia aterrorizadora sería cada vez menor.
Me imagino a un mocoso de mierda que pistola en mano intenta desalojarme de mi vehículo -es un supuesto- si soy hábil y en el caso de que tuviese el valor de hacerlo le soltaría dos hostias y lo entregaría a la policía como vulgar delincuente. Ese es un pensamiento normal que adoptamos, o que creemos que vamos a adoptar ante un delincuente vulgar y corriente. Pero, majo, resulta que el mismo chorizo me dice que es de ETA, la reacción lógica, fuera machismos patrioteros, sería cagarme por la pata abajo y hacerle pasillo. Este es un ejemplo, en primera persona para no ofender a nadie, de lo que nos pasa en realidad con los terroristas: El miedo, la impotencia mas bien, nos lo produce la fama que conlleva unas siglas.
A lo que quiero llegar es a afirmar que el terrorismo no puede sobrevivir mucho tiempo sin el alimento que lo sustenta: la publicidad y propaganda que le brindan generosamente los medios de comunicación amparándose en el derecho a informar y los ciudadanos a ser informados. No se le puede negar, por supuesto, a un medio de comunicación tener la exclusiva de unos titulares y de una portada generosa con las siglas de ETA bien grandes aunque sea para condenar la gran hazaña criminal de unos vulgares asesinos y delincuentes que como tales deberían ser tratados. Y como tales deberían estar en prisión con presos comunes, aunque las penas deberían ser mucho más severas. Sólo quiero llamar la atención de la grave responsabilidad en la que incurren, no sólo los medios sino también los políticos que proporcionan dichos titulares, en la perpetuación del fenómeno terrorista.
Los terroristas son personas como usted o como yo antes de cometer un delito. Quiero decir con ello que no dejan de ser, al principio, los típicos chavales que en algún momento de su juventud están faltos de algún ideal, de trabajo, de falta de estima o cualquier otra carencia que motiva la búsqueda de ser algo o alguien en la vida. Es el momento que aprovechan los demagogos y los reclutadores de ideologías extremas para prometerles la gloria, la fama y la autoestima sin tener que pegar golpe, es decir sin trabajar, que es lo realmente duro en esta vida. La "kale borroka" es la escuela perfecta para entrenar a los futuros matones del barrio, vitoreados por un vecindario que aplaude, rememorando su fracasado pasado como ciudadanos libres que deberían ser, y consentidos por otra parte de vecinos, familiares y amigos que cierran los ojos para no sentirse responsables ante la aberración y la monstruosidad que están creando con su pasividad. Los medios de comunicación son los que les transmiten las gestas heroicas de sus inmortales gudaris. Un día les dan una pistola y su vida cambia por completo, se convierten en héroes al fin y ya salen en primera plana. A partir de ese momento la espiral de violencia y fanatismo ya no tiene vuelta atrás: Ya son asesinos profesionales de una mafia llamada ETA.
Puede que estas particulares apreciaciones no sean muy correctas, pero no creo que disten mucho de la realidad. Lo sustancial está en la fama que proporcionan los medios de comunicación a las víboras de ETA y el uso y abuso con que nuestros políticos utilizan los conceptos y las palabras, especialmente en el País Vasco, para perpetuar esta especie de reptil que debería haber desaparecido ya hace muchos años. Puede que la noticia y el titular fácil venda periódicos, pero lo que no hay derecho, esté legislado o no, es que unos vulgares delincuentes y asesinos por el sólo hecho de pertenecer a la mafia ETA nos amarguen la vida eternamente, vivamos en San Sebastián, en Valencia o en Pekín.
Los políticos y los periodistas desde luego no hacen sus deberes honradamente. Deberían hacer algún tipo de "pacto de silencio" por el cual, el tratamiento informativo de todo lo que tuviese que ver con ETA y su entorno, quedase relegado a páginas de sucesos en letra pequeña y tratados como a cualquier chorizo de poca monta. Ello no quiere decir que la persecución, detención y condena máxima deba ser aminorada, todo lo contrario. Se trata de cortar de raíz el alimento por el cual ETA consigue nuevos cachorros y su supervivencia como Movimiento de Liberación Nacional Vasco.
La "libertad de expresión" debería ser utilizada responsablemente en beneficio de los ciudadanos, de la vida más que de la muerte, por muy duro que resulte para un director de un periódico vender menos ejemplares. Nuestros hijos nos lo agradecerán más pronto que tarde.