Uno de los insultos que más he tenido que soportar en estos últimos años es que “los socialistas son unos blandengues”. Con ello se define la falta de respuestas contundentes ante ataques que de sobra se saben por la ciudadanía que son “barriobajeros” . Añadimos además la falta de fuerza de convicción a la hora de defender propuestas propias que se van difuminando con el tiempo. No se visualiza un proyecto coherente para la sociedad y todo parece que gire en función de lo que diga o haga el PP.
De esta forma, los ciudadanos estamos huérfanos de padre y madre. Sabemos lo que no queremos, que es al contrario. Pero no sabemos ni el camino que debemos tomar ni el destino al que queremos llegar. Para eso hemos elegido un Gobierno y un partido, el PSOE, para que nos diga el camino y nos convenza de cual es la estación de destino, pero no obtenemos respuesta o no nos llega.
La maquinaria militante del PP arrolla insultante porque tienen un objetivo último: ganar dinero. Y tienen además un enemigo claro que les impide privatizar lo público que consideran propio: el PSOE. Todo vale para conseguir el poder, el dinero vendrá después.
Por su parte la militancia del PSOE es timorata, demasiado moralista, conformista y poco comprometida. Tampoco lucha, porque “el premio” es para el que aspira a político profesional. Los demás aspiran a conservar los derechos conseguidos sobre el papel y mantener los servicios públicos esenciales conseguidos con la democracia. Con mucha pasividad van viendo cómo sus derechos y servicios públicos cada vez son menos útiles por “interpretaciones” y “triquiñuelas” legales. El Estado de Bienestar soñado ya no lo es tanto porque sus teóricos defensores ceden paulatinamente por salvar situaciones puntuales de coyuntura, mientras sus detractores soslayan lo legislado con impunidad para destruir ese Estado de Bienestar. Parece que el cuerpo vigoroso construido de libertades y bienestar haya caído en desgracia. Nada es seguro y por eso se vive al día.
Es imposible que la militancia de izquierdas tenga interés cuando a lo máximo que se puede aspirar sea merodear por los aledaños del poder y como mucho basar su vida en el cargo público. Tiene más posibilidades de proyectar su vida privada, una vez alejada la política, cualquier persona ligada al PP que al PSOE. Al menos lo dicen claro los hechos.
No se puede pedir sacrificios al militante cuando a fin de cuentas, descontado el beneficio social que también lo da el PP, uno observa que el único que avanza en la izquierda es el cargo público y ve que en la derecha no sólo es el cargo sino también el militante, el amigo o el vecino de derechas, los que también progresan junto a los cargos públicos. Sea de forma moral o inmoral.
No se puede pedir moralidad a la militancia de izquierda cuando se ha visto la inmoralidad, aunque haya sido pequeña, en los cargos públicos de la propia izquierda. Ya no cuela. Como tampoco cuela la hipocresía de acusar a los que así lo dicen claramente, lo de exigir beneficio de contrapartida, de aprovecharse de la política. Por eso se calla en público y se admite en privado.
Algo habrá que inventar en la socialdemocracia cuando al ceder en los postulados principales a favor de la libre empresa y del beneficio privado, se haya renunciado también a la formación de una nueva clase de ciudadanos socialmente más solidarios. El ciudadano aprende rápido a poner precio a su voto y quiere beneficio público para todos y beneficio privado para sí mismo.
Cuando el PSOE no define claramente cual es el beneficio público y cual el privado al que debe aspirar el ciudadano y tampoco defiende con fuerza sus propias convicciones cuando se cuestionan, poco puede hacer el ciudadano salvo conceder su confianza provisionalmente. Al final siempre cederá al que parece más fuerte y se entregará incondicionalmente. Como lo hace en Madrid y en Valencia.
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